bajorrelieve

bajorrelieve

Soy un punto suspensivo, suspendido, un punto que sólo se profundiza hasta aparecer dentro de una burbuja. Desde ahí veo un cielo rosa, esquizofrénico; los autos y los diálogos van en un tiempo ajeno y apenas puedo ser el bajorrelieve de lo que se ve de mí. Me acompañan unos ojos negros sobre una nariz fría. Como un arroz que se tiñe de fucsia remolacha en un intento por pensar lo que debería fluir instintivamente, por darme pruebas que sigo ahí.
Me percato que la burbuja tiene forma humana, rulos enredados y color marrón-cartón. Voy flotando en ella sintiendo los pies apoyándose uno detrás del otro en una vereda, al costado de una calle larguísima y recta. Llego hasta un parque con una caja en la cabeza. Los sonidos se reducen al roce del pelo con las paredes de papel. Me recuesto en un banco, y mientras juego a tapar con los dedos la luz naranja de los reflectores, anochece inevitablemente.
Vivo en una casa que cambia de forma, de color y hasta de sitio. Pero siempre es ella, la misma, con algunos platos sucios, con pájaros flor tocando guitarras, improvisando versiones planetarias, curándose con piedras, flores y frutas. A media cuadra del parque está la casa de estos días. Tiene un patio con poca tierra, rodeado de puertas que llevan a guaridas. Allí, parece ser, se refugiaron animalitos de pantano, barrosos, destilando ceguera de viento y mariposa. Dejaron en las paredes las vías de trenes fantasma, y fue ahí, vestida de esos muros vibrantes, que comencé a llorar y sólo pude irme, atravesando un pasillo con un perro que ladraba.
Sigo en el banco sin saber si volver, sin siquiera tener una explicación más que a veces estoy detrás de mí, de mi risa, de mis movimientos frenéticos. Que sé que estoy hablando porque me escucho, sin saber qué digo, y creo que hasta se me nota en mi dislexia incipiente. A veces crece un globo aunque nadie lo inflame, y aunque no quiera verlo y lave mi ropa y salga a trabajar por las tardes, un día cualquiera ya me tiene aplastada sobre el borde de una habitación. Me pierdo sin motivo alguno, no soy yo quien tiene el control remoto. Es la vida la que se fue de mí estos días; en una de esas sucedió aquella tarde en el puente, se suicidó arrojándose a un vacío que la llevó finalmente al cielo. Y se quedó ahí, abandonándome en el puente. Me olvido de que se manda sola, y le envío razones para que vuelva, como flechas de palabras. Le digo que nos vayamos a un cuarto blanco, minimalista, que todo está limpio, que voy a ir al dentista.
Él me besa a mí, a la burbuja. Llora y tira de la lanita que me cuelga del pecho.

Deja un comentario